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Homo “Cooperans”

Nos  dicen  los  antropólogos  que  del  “homo  faber”,  el  que  manejaba  herramientas,  pasamos  al “homo  sapiens”  caracterizado  por  el  uso  de  lo  simbólico  y  el  lenguaje,  y  por  su  capacidad  para proyectar  el  futuro,  sentir  el  tiempo.  Pero  durante todo  este  periplo  de  nuestra  evolución, nuestros predecesores estuvieron acompañados de un continuo dilema, el que subsiste entre la actitud de competición sobre los recursos escasos y la de cooperación como medio de superar los retos con los que la naturaleza les ponía a prueba.

Ambas dinámicas –competición y cooperación- tenían lugar simultáneamente.  Para  sobrevivir  era  necesario  competir  por  los  recursos  escasos  con  los  más  distantes  de  otros grupos, los enemigos y extraños, de la misma especie o no, y para sobrevivir también había que cooperar  con  los  próximos  para  hacer  cosas  nuevas, para  progresar  y  sobre  todo  aprender  a resolver problemas mas complicados. Los nuestros y cercanos nos suministraban habilidades, nos ayudaban  en   trabajos  complejos,   nos   comunicaban   sus  experiencias  y  nos  aseguraban  la subsistencia repartiendo las tareas para conseguir cazar en grupo. Eran los nuestros, los que nos aseguraban la eficacia del individuo a través del grupo de conocidos y cómo no, también en grupo trabajaban intensamente para la protección de la prole.

Y  así  hasta  nuestros  días  en  los  que  sigue  activo este  dilema  social,  el  que  se  debate  en  una economía altamente competitiva de selección del mejor  en  eficiencia  y dentro de una sociedad compleja  que  necesita  progresar  y  cuidar  de  lo  cercano,  para  lo  que  precisa  de  la  denostada cooperación.

Pero las cosas no son iguales ahora y entonces.  Lo que ha cambiado en este ultimo milenio es que en la especie humana, el territorio próximo  se ha hecho tan grande como el mundo, los recursos pueden viajar, la capacidad productiva se ha hecho infinita, y los extraños y cercanos empiezan a confundirse. Necesitamos menos del  grupo y  un  mayor individualismo se impone. El dilema sigue pero  el  contexto  donde  se  debe  resolver  ha  cambiado  muchísimo.  Si  la  competición  tiene  su fundamento  en  la  obtención  de  los  recursos,  menos  recursos  que  los  declarados  como necesitados,  estamos  abocados  a  clasificar  –de  una vez  por  todas-  cuales  son  los  recursos necesarios y cuáles son los  límites de lo  suficiente

Si estuviéramos cerca de alcanzar los límites de lo suficiente, ayudados por las  capacidades tecnológicas, la competición no dejaría  de  ser un atavismo cultural a ir abandonando. Y si la proximidad de los lejanos también se reduce y son más los cercanos, la cooperación ganaría  la partida  como el recurso social fundamental del  progreso colectivo. La lógica colectiva de lo macro -el mundo- no coincide con  la  de lo  individual. En  lo personal  las cosas se ven de otra manera. La posición que adoptamos entre estas dos actitudes de competir y cooperar  en  lo  macro  y  en  lo  micro  son  muy  variables.

A veces  manifestamos  la  solidaridad cuando  percibimos  situaciones  injustas  en  colectivos  lejanos  que  conmueven  a  la  acción  de ayuda. Otras veces competimos por cosas de escaso valor que nos seducen a la hora de comprar algo no muy necesario, por un afán puntual de destacar frente a los otros, y ser mas listo que el vecino. Y en otros casos desplegamos la generosidad en el corto  plazo ayudando a una persona desconocida  que  vemos  en  apuros,  o  cooperando  de  manera  desinteresada  con  organizaciones no lucrativas, con el afán de construir algo valioso para el futuro de otros.

166 Haciendo  un  balance  de  los  acontecimientos  cotidianos  entre  los  que  vivimos,  encontramos muchos  más ejemplos de sistemas de competición que de  cooperación. Todas las   evaluaciones que  clasifican  y  destacan  unos  individuos  frente  a otros,  unas  organizaciones  frente  a  otras,  los sistemas  de  precios  y  compras,  el  deporte  en  cualquier  disciplina,  la  selectividad  escolar,  las relaciones  entre  partidos  y  dentro  de  ellos,  los  concursos  y  premios,  los  niveles  salariales,  las oposiciones  y  muchas  otras  dinámicas  de  relación  entre  grupos  se  dirimen  en  la  pugna  de intereses,  en el clásico sólo uno gana y otros muchos pierden.

Se trata de competir casi siempre por una cosa que ya existe y que hay que asignarla a una parte o a otra. Por lo general las reglas de juego están impuestas de arriba y ni siquiera puede haber un diálogo entre los participantes para compartir el premio, aunque sus sentimientos y el aprecio de la  convivencia  podría  motivarles  a  ello.  Estaríamos en  este  caso  muy  cerca  de  la  negociación  o acuerdos de compartir, cuya  finalidad  es conseguir algo de valor por cada  parte, pero  las reglas no lo toleran. Debe ganar sólo uno y todos los demás perder, aunque el merito personal no es tan distinto entre los participantes.

Se nos enseña que esto es “ley de vida” y que la selección natural es así de dura, que discrimina al individuo  menos  adaptado  y  que  el  más  capaz  desplaza  al  menos  capaz,  en  una  eterna competición.  Estas  son  las  reglas  de  la  competición,  que  juega  un  aspecto  importante  en  la mejora de lo más apto para unas circunstancias, pero que no existiría sin que la cooperación haya hecho  un  trabajo  callado  –porque  no  se  publicita-  y  previo.  No  hay  posibilidad  de  que  la competición exista si previamente no se han construido recursos, organizaciones o sistemas que compitan,  y  esto  es  obra  exclusiva  no  de  individuos aislados,  sino    de  la  cooperación  entre distintos. Y esto no lo comunicamos ni lo resaltamos y creemos que progresamos por competir lo cual no es cierto.

Cultivos,  edificios,  caminos,  conciertos,  espectáculos,  grandes  trabajos,  desarrollo  personal, cuidados y salud, cultura, progreso social, conocimiento, creatividad, innovación y otros muchos más  elementos  que  nos  permiten  estar  en  donde  estamos,  son  fruto  de  la  cooperación  entre distintos   individuos.   Y   sobre   estas   realidades      hay otras   cuestiones   importantes que posteriormente  las  califican  y  hacen  mejores  como  la  eficacia,  la  eficiencia,  los  costes,  la optimización, la selección, la calidad y otros que son frutos de la competición.

Merece la pena repensar el papel de la cooperación en unas circunstancias planetarias donde los recursos  dejan  de  ser  escasos  a  nivel  global,  donde  su  distribución  no  es  razonable  y  donde  la necesidad de progreso y de cambio constructivo, requiere desarrollar esa parte que siempre fue y es  fundamental  en  la  especie  humana.  Tal  vez  por  eso  y  para  recordarlo  deberíamos  llamarnos “homo cooperans” y no tanto “homo sapiens” o “faber”. Ni la sabiduría simbólica del “sapiens”,ni la habilidad manual del “faber” serian nada sin la naturaleza “cooperans” entre individuos de la especie  humana.  Esa  mezcla  de  simbolismo,  habilidad técnica  y  cooperación  nos  valió  en  la determinación del colectivo de seres que ahora somos.

No estaríamos aquí si esta característica de  la  especie,  la  cooperación,    no  nos  hubiera  acompañado  en  esos  5  o  6  millones  de  años  de nuestra existencia en el planeta.  No  perdamos  la  esencia  de  lo  que  somos  y  nos  ha  hecho  llegar  aquí,  a  pesar  de  que  la comunicación  y  la  educación  de  hoy  -que  algún  día  cambiarán-,  nos  enseñan  -desde  la  cuna-  a competir más que a cooperar y así nos va.

 

Métodos y Herramientas para el Diseño de Proyectos Sociales

Precio: Gratuito

Objetivo del curso:

-Incorporar criterios de diseño en los proyectos que den mejor respuesta a requisitos de ámbito social.
-Disponer de mecanismos que faciliten el trabajo interdisciplinar en el desarrollo de los proyectos.
-Establecer pautas y requisitos fundamentales en el impacto social de los proyectos.
-Analizar casos reales y la aplicabilidad de las herramientas adecuadas a cada etapa del proyecto.

Impartido por APTES en colaboración con Novia Salcedo.

Contenido:

Consiste en 5 talleres:

Mapa de Oportunidad y Canvas Social: aprender a enfocar desde un origen genérico la confluencia de competencias e intereses alrededor de una oportunidad social. FECHA: 20 DE OCTUBRE A LAS 13:30

Saber-vender-saber. Venta en grupo: estructurar la etapa inicial de especificación e ideación de soluciones en un equipo multidisciplinar de proveedor y cliente. FECHA: 21 DE OCTUBRE A LAS 14:30

Claves de una participación eficaz: aplicar criterios organizativos en tiempo, grupos de trabajo y roles para una participación eficaz y bien valorada. FECHA: 27 DE OCTUBRE A LAS 13:30

Lo que no cambiará en el trabajo del futuro: realizar una simulación de tipos de trabajo muy relevantes para el futuro del trabajo, basados en la cocreación e ideación. FECHA: 28 DE OCTUBRE A LAS 15:30

Síntesis de herramientas de diseño social. Aplicación de las herramientas anteriores a casos reales. FECHA: 3 DE NOVIEMBRE A LAS 13:30

Lugar: Campo Volantin 24, 1º, Bilbao 48007

Duración: 2 horas

Inscripción aquí.

La interdisciplinariedad eficaz es el reto central del progreso tecnológico y social

Los problemas y los retos a resolver en la sociedad no son objeto de ninguna disciplina concreta, sea  científica, tecnológica o social . Solo se puede responder desde la interdisciplinariedad.
Intercisciplinariedad Nature
Foto: Dean Trippe
Una tendencia que muestran los estudios de la revista Nature, sobre cómo la hibridación del saber está superando en tareas de investigación a los trabajos de especialización dentro de las distintas disciplinas.
Esta hibridación creciente se presenta a dos niveles: por una parte dentro de áreas propias de una misma disciplina, y por otra y con mayor fuerza e intensidad en número, en la hibridación de áreas de conocimiento tecno-científico con disciplinas de las ciencias sociales o tecnologías blandas. Contribuir al entendimiento para el trabajo cooperativo entre estas áreas y profesionales todavía tan distantes, es un objetivo de la Escuela de Diseño Social.

¿Qué medimos y a dónde vamos?

El rumbo de los acontecimientos que estamos viviendo es una consecuencia de lo que se considera valioso por los que nos dirigen, economistas y políticos, en términos de progreso. Unamuno lo expresaba diciendo que “el progreso consiste en el cambio”. Pero ¿vale cualquier cambio? Si nos dejamos aconsejar por un agricultor llegaríamos a pensar que la posesión de fértiles terrenos, buen ganado y unas buenas condiciones climatológicas, son sinónimos de progreso, incluso en la ciudad, y si lo preguntáramos a nuestros padres, nos dirían que progreso para los hijos es una buena educación y, si es superior, mejor.

Poner el foco en el futuro, y ver lo que nos falta y el camino para lograrlo ha sido y es la única forma de medir lo que estamos consiguiendo. En otros tiempos de mayor escasez o menor libertad, los objetivos eran claros -casi comunes- y por ello, el progreso se podía apreciar y compartir. Pero si estos objetivos se alcanzaron, como siempre en parte, ahora toca cambiarlos por otros más elevados, menos concretos, más intangibles pero por ello no menos importantes.

Podemos medir muchas cosas distintas, pero siempre nos pasa como al ciclista: que cuanto más se fija en un bache que pretende evitar, más se dirige al lugar al que no quiere ir. Cuando conectamos progreso con economía, estamos siendo muy reduccionistas y, persiguiendo tal fin, entendemos que la producción y la venta es la variable casi finalista de la que se pueden deducir las demás áreas de progreso, a través de la distribución de la riqueza material. Si elegimos los indicadores de un colectivo desde la  macroeconomía, estamos abocados a una pérdida de calidad de vida, ya que ésta se nutre de otros conceptos asociados a lo subjetivo, pequeño y personal. Lo macro no garantiza una distribución mejor, cercana, personal y ajustada a las necesidades sociales, si bien puede generar recursos colectivos por la capacidad de producir más eficientemente.

Si elegimos la innovación y la tecnología como progreso, hablamos del cambio de formas de vida y de nuevos instrumentos, sin tal vez analizar bien las finalidades del cambio. La tecnología sin duda produce avances, pero su forma y ámbito de su aplicación, la convierten en sólo economía, en bienestar social o en ambas cosas a la vez. En un  artículo de Josefh E.Stiglitz (Premio Nobel de Economía) titulado “el enigma de la innovación”, indicaba la extraña o escasa relación entre los avances modernizadores que aporta la tecnología y los estándares de calidad de vida de la población. Tenemos y compramos más cosas, hay muchas opciones, pero no sabemos si estamos mejor o somos algo más felices por tenerlas y por lo que esto nos supone.

Y si medimos el nivel de formación de la población, podemos estar centrados en formar a muchas personas que no encuentran empleo, debido a la rigidez y estancamiento de los modelos de trabajo y jubilación al final del periodo laboral. Las formas de trabajo van a cambiar mucho, pero la inercia de los sistemas vigentes y las estructuras creadas producen grandes desajustes, como el paro juvenil. Los indicadores se van complicando mucho, pero siempre los seguimos midiendo después de acontecimientos a veces no muy deseables. ¿No podríamos pensar en diseñar teniendo en cuenta el futuro de estas cuestiones, para aprovechar mejor los escasos recursos y no tener que penar después?

No cabe duda de que el progreso no es un asunto sencillo por la multitud de facetas y de intereses que incluye, y sobre todo, porque cada estamento privado o público sólo ve una pequeña parte de su significado. Es el elefante descrito por unos ciegos, que según la zona que les tocaba describir, decían cosas muy distintas. Cada vez se hace más necesario enfrentar las iniciativas poniendo un ¿para qué?, o varios encadenados que nos permitan diferenciar los medios de los fines. El efecto moda o imitación social es una causa del hacer sin mucho sentido, que nos conduce a una sensación de carencia de futuro o de logro colectivo.

Volviendo a qué medimos y para eliminar la supremacía de la economía y sobre todo de la macroeconomía como medida de progreso, tenemos que incorporar otros 5 activos sociales (Ver Los 6 Capitales) en la visualización de lo que medimos. Si los medimos, nos acercaremos a ellos y serán objeto de reflexión y debate social, y de construcción en los programas políticos. No podremos reactivar el sentido de la política si no reactivamos y enriquecemos los temas sobre los que debatir, ampliando el marco de decisión de los ciudadanos. La economía no es un tema en que los ciudadanos sean los protagonistas, más bien son sufridores o consumidores de unas pautas globales fruto de movimientos geoeconómicos. Pero sí lo son de la calidad de vida y de las relaciones de confianza que están en cada persona. Hablar, proyectar, comprometerse en otro marco de activos sociales, más allá de la economía, las cuentas de déficit, el IPC y el PIB. Esto es una necesidad imprescindible para reactivar el sentido y papel del político y del ciudadano. Si los activos sociales son la economía, el conocimiento, el bienestar, la cultura, el medio ambiente y la confianza, ¿por qué no tenemos buenos ejemplos y datos de su situación y progreso?.

Lamentablemente seguiremos los caminos de la crisis, atenuados durante poco tiempo, mientras no cambiemos el punto de mira y aspiremos a otros indicadores sociales mucho más equilibrados y distribuidos en los seis aspectos citados. No importa que esto no se haga aún en ningún sitio, que salgamos más o menos bien en las estadísticas globales. Tal vez debemos abrir un camino en el que seguro se reúnen más acuerdos que en la discusión interminable del reparto de los recursos económicos entre los distintos colectivos sociales. Si cambiamos el punto de mira, si cambiamos el sentido, si cambiamos lo que medimos y si lo compartimos, estaremos contribuyendo a la creación de un nuevo sentido común, que es la única garantía de aportación colectiva como pudo serlo en otros momentos.

Cada proyecto, cada iniciativa por pequeña que sea, personal, municipal, asociativa, empresarial está orientada a unos objetivos y requiere una evaluación de sus resultados. En tanto que no seamos capaces de entender y trasladar a estas iniciativas los elementos que crean valor social estaremos trabajando solo sobre los capitales económicos que solo regulan una parte de los activos sociales en detrimento de otros que son de muy alto valor social. Desde APTES (Asociación para la Promoción de la Tecnología Social) hemos lanzado esta Escuela de Diseño Social para aunar las capacidades de innovación y progreso, en la búsqueda de soluciones nuevas, con el equilibrio en la gestión y desarrollo de los seis activos sociales. El diseño de hoy determina el futuro y lo que seguimos midiendo hoy, nos conduce a los excesos y carencias que todos estamos viviendo.

Por Juanjo Goñi, futucultor, socio de APTES.