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¿Qué medimos y a dónde vamos?

El rumbo de los acontecimientos que estamos viviendo es una consecuencia de lo que se considera valioso por los que nos dirigen, economistas y políticos, en términos de progreso. Unamuno lo expresaba diciendo que “el progreso consiste en el cambio”. Pero ¿vale cualquier cambio? Si nos dejamos aconsejar por un agricultor llegaríamos a pensar que la posesión de fértiles terrenos, buen ganado y unas buenas condiciones climatológicas, son sinónimos de progreso, incluso en la ciudad, y si lo preguntáramos a nuestros padres, nos dirían que progreso para los hijos es una buena educación y, si es superior, mejor.

Poner el foco en el futuro, y ver lo que nos falta y el camino para lograrlo ha sido y es la única forma de medir lo que estamos consiguiendo. En otros tiempos de mayor escasez o menor libertad, los objetivos eran claros -casi comunes- y por ello, el progreso se podía apreciar y compartir. Pero si estos objetivos se alcanzaron, como siempre en parte, ahora toca cambiarlos por otros más elevados, menos concretos, más intangibles pero por ello no menos importantes.

Podemos medir muchas cosas distintas, pero siempre nos pasa como al ciclista: que cuanto más se fija en un bache que pretende evitar, más se dirige al lugar al que no quiere ir. Cuando conectamos progreso con economía, estamos siendo muy reduccionistas y, persiguiendo tal fin, entendemos que la producción y la venta es la variable casi finalista de la que se pueden deducir las demás áreas de progreso, a través de la distribución de la riqueza material. Si elegimos los indicadores de un colectivo desde la  macroeconomía, estamos abocados a una pérdida de calidad de vida, ya que ésta se nutre de otros conceptos asociados a lo subjetivo, pequeño y personal. Lo macro no garantiza una distribución mejor, cercana, personal y ajustada a las necesidades sociales, si bien puede generar recursos colectivos por la capacidad de producir más eficientemente.

Si elegimos la innovación y la tecnología como progreso, hablamos del cambio de formas de vida y de nuevos instrumentos, sin tal vez analizar bien las finalidades del cambio. La tecnología sin duda produce avances, pero su forma y ámbito de su aplicación, la convierten en sólo economía, en bienestar social o en ambas cosas a la vez. En un  artículo de Josefh E.Stiglitz (Premio Nobel de Economía) titulado “el enigma de la innovación”, indicaba la extraña o escasa relación entre los avances modernizadores que aporta la tecnología y los estándares de calidad de vida de la población. Tenemos y compramos más cosas, hay muchas opciones, pero no sabemos si estamos mejor o somos algo más felices por tenerlas y por lo que esto nos supone.

Y si medimos el nivel de formación de la población, podemos estar centrados en formar a muchas personas que no encuentran empleo, debido a la rigidez y estancamiento de los modelos de trabajo y jubilación al final del periodo laboral. Las formas de trabajo van a cambiar mucho, pero la inercia de los sistemas vigentes y las estructuras creadas producen grandes desajustes, como el paro juvenil. Los indicadores se van complicando mucho, pero siempre los seguimos midiendo después de acontecimientos a veces no muy deseables. ¿No podríamos pensar en diseñar teniendo en cuenta el futuro de estas cuestiones, para aprovechar mejor los escasos recursos y no tener que penar después?

No cabe duda de que el progreso no es un asunto sencillo por la multitud de facetas y de intereses que incluye, y sobre todo, porque cada estamento privado o público sólo ve una pequeña parte de su significado. Es el elefante descrito por unos ciegos, que según la zona que les tocaba describir, decían cosas muy distintas. Cada vez se hace más necesario enfrentar las iniciativas poniendo un ¿para qué?, o varios encadenados que nos permitan diferenciar los medios de los fines. El efecto moda o imitación social es una causa del hacer sin mucho sentido, que nos conduce a una sensación de carencia de futuro o de logro colectivo.

Volviendo a qué medimos y para eliminar la supremacía de la economía y sobre todo de la macroeconomía como medida de progreso, tenemos que incorporar otros 5 activos sociales (Ver Los 6 Capitales) en la visualización de lo que medimos. Si los medimos, nos acercaremos a ellos y serán objeto de reflexión y debate social, y de construcción en los programas políticos. No podremos reactivar el sentido de la política si no reactivamos y enriquecemos los temas sobre los que debatir, ampliando el marco de decisión de los ciudadanos. La economía no es un tema en que los ciudadanos sean los protagonistas, más bien son sufridores o consumidores de unas pautas globales fruto de movimientos geoeconómicos. Pero sí lo son de la calidad de vida y de las relaciones de confianza que están en cada persona. Hablar, proyectar, comprometerse en otro marco de activos sociales, más allá de la economía, las cuentas de déficit, el IPC y el PIB. Esto es una necesidad imprescindible para reactivar el sentido y papel del político y del ciudadano. Si los activos sociales son la economía, el conocimiento, el bienestar, la cultura, el medio ambiente y la confianza, ¿por qué no tenemos buenos ejemplos y datos de su situación y progreso?.

Lamentablemente seguiremos los caminos de la crisis, atenuados durante poco tiempo, mientras no cambiemos el punto de mira y aspiremos a otros indicadores sociales mucho más equilibrados y distribuidos en los seis aspectos citados. No importa que esto no se haga aún en ningún sitio, que salgamos más o menos bien en las estadísticas globales. Tal vez debemos abrir un camino en el que seguro se reúnen más acuerdos que en la discusión interminable del reparto de los recursos económicos entre los distintos colectivos sociales. Si cambiamos el punto de mira, si cambiamos el sentido, si cambiamos lo que medimos y si lo compartimos, estaremos contribuyendo a la creación de un nuevo sentido común, que es la única garantía de aportación colectiva como pudo serlo en otros momentos.

Cada proyecto, cada iniciativa por pequeña que sea, personal, municipal, asociativa, empresarial está orientada a unos objetivos y requiere una evaluación de sus resultados. En tanto que no seamos capaces de entender y trasladar a estas iniciativas los elementos que crean valor social estaremos trabajando solo sobre los capitales económicos que solo regulan una parte de los activos sociales en detrimento de otros que son de muy alto valor social. Desde APTES (Asociación para la Promoción de la Tecnología Social) hemos lanzado esta Escuela de Diseño Social para aunar las capacidades de innovación y progreso, en la búsqueda de soluciones nuevas, con el equilibrio en la gestión y desarrollo de los seis activos sociales. El diseño de hoy determina el futuro y lo que seguimos midiendo hoy, nos conduce a los excesos y carencias que todos estamos viviendo.

Por Juanjo Goñi, futucultor, socio de APTES.